¿Qué es el Tártaro?
En la mitología griega, el Tártaro es una de las entidades primordiales que existieron desde el principio del universo. Su nombre proviene del griego antiguo Τάρταρος (Tartaros), que significa “profundo” o “abismo”. El Tártaro es tanto una deidad como un lugar, ya que se le considera el espacio más bajo del cosmos, situado por debajo del Inframundo o Hades. El Tártaro es un lugar de oscuridad, frío y podredumbre, donde se encierra a los seres malvados o rebeldes que han desafiado el orden divino. El Tártaro también es el padre de algunos monstruos y gigantes que amenazaron la estabilidad del mundo.
El concepto de Tártaro se remonta a las fuentes más antiguas de la literatura griega, como la Teogonía de Hesíodo o los poemas homéricos. Sin embargo, su significado e importancia varía según los autores y los contextos. En algunos casos, se le asocia con el origen del mundo y la genealogía de los dioses; en otros, se le presenta como un lugar de castigo y sufrimiento para las almas pecadoras. En este artículo, vamos a explorar las diferentes facetas de esta misteriosa entidad, desde su nacimiento hasta su función en la mitología y la filosofía griegas.
El origen de Tártaro según Hesíodo
La fuente más antigua y detallada sobre el origen de Tártaro es la Teogonía de Hesíodo, un poema épico del siglo VIII a.C. que narra la creación del mundo y el nacimiento de los dioses. Según Hesíodo, al principio solo existía el Caos, un vacío inmenso e informe. Del Caos surgieron tres entidades independientes: Gea (la Tierra), Eros (el Amor) y el brumoso Tártaro. Estas tres entidades primordiales representan los tres niveles del universo: la superficie terrestre, el cielo y el abismo.
Hesíodo describe al Tártaro como un lugar tan profundo que una piedra tardaría nueve días en caer desde el cielo hasta él. El Tártaro está rodeado por una muralla de bronce con una puerta de hierro, custodiada por los Cíclopes. Dentro del Tártaro hay un pozo sin fondo donde se arroja a los enemigos de los dioses. El Tártaro es el lugar más alejado de la luz y la vida, y el más cercano a la nada y la muerte.
Además de ser un lugar, el Tártaro también es una deidad, que puede engendrar hijos con otras entidades. Sin embargo, a diferencia de otros dioses primordiales como Urano, Crono o Zeus, el Tártaro no tiene un papel activo ni una personalidad definida en la mitología griega. Su función se limita a ser el progenitor de algunos monstruos y gigantes que luego serán derrotados por los dioses olímpicos.
La descendencia de Tártaro
Tártaro y Gea
La pareja más famosa que formó el Tártaro fue con Gaia, la madre Tierra. Según Hesíodo, Gaia se unió al Tártaro para concebir al más terrible de sus hijos: Tifón, un monstruo de cien cabezas de serpiente y ojos de fuego, que emitía todo tipo de sonidos espantosos. Tifón fue el último enemigo que se enfrentó a Zeus, el rey de los dioses, en una batalla épica que sacudió el mundo. Zeus logró vencer a Tifón con sus rayos y lo arrojó al Tártaro, donde quedó sepultado bajo el monte Etna.
Otro hijo de Tártaro y Gaia fue Equidna, una criatura mitad mujer y mitad serpiente, que se casó con su hermano Tifón. Equidna era la madre de muchos monstruos famosos, como la Hidra de Lerna, el León de Nemea, Cerbero, la Quimera o la Esfinge. Equidna vivía en una cueva donde devoraba a los viajeros que pasaban por allí, hasta que fue asesinada por Argos Panoptes, el gigante de cien ojos.
Tártaro y Némesis
Otra pareja menos conocida que formó el Tártaro fue con Némesis, la diosa de la venganza. Según una versión recogida por Higino, un autor romano del siglo I a.C., Tártaro y Némesis fueron los padres de los Telquines, unos seres mágicos que tenían forma humana pero con cabeza y manos de perro. Los Telquines eran hábiles artesanos que fabricaron el tridente de Poseidón y el cetro de Zeus. Sin embargo, también eran malvados y usaban sus poderes para corromper la naturaleza. Por eso, Zeus los castigó enviándolos al Tártaro o sumergiéndolos en el mar.
El papel de Tártaro en la mitología griega
Tártaro y los titanes
El Tártaro no solo fue el padre de algunos monstruos y gigantes, sino también el lugar donde se encerró a los titanes, los hijos de Urano y Gaia que gobernaron el mundo antes que los Dioses Olímpicos. Los titanes fueron derrocados por Zeus y sus hermanos en una guerra conocida como la Titanomaquia. Tras su victoria, Zeus arrojó a los titanes al Tártaro, donde quedaron encadenados por toda la eternidad. Solo algunos titanes se libraron de este destino, como Prometeo, Atlas o Mnemósine.
Los Titanes no fueron los únicos habitantes del Tártaro. También lo fueron otros seres que se rebelaron contra los dioses o cometieron crímenes atroces. Por ejemplo, los Aloidas, dos gigantes que intentaron asaltar el Olimpo apilando montañas; los Hecatónquiros, unos gigantes de cien brazos y cincuenta cabezas que ayudaron a Zeus en su lucha contra los titanes; o Campe, una monstruosa guardiana del Tártaro que tenía cuerpo de dragón y cabeza de mujer con cabellos de serpientes.
Tártaro y los castigos
El Tártaro no solo era una prisión para los dioses vencidos o rebeldes, sino también un lugar de castigo y sufrimiento para las almas humanas que habían cometido graves faltas. Algunos de los personajes más conocidos que sufrieron en el Tártaro fueron:
- Sísifo, el rey de Corinto que engañó a la muerte dos veces y fue condenado a empujar una roca cuesta arriba por una pendiente, solo para verla caer de nuevo al llegar a la cima.
- Tántalo, el rey de Frigia que mató a su hijo Pélope y lo sirvió como comida a los dioses, y fue castigado a sufrir hambre y sed eternas, rodeado de agua y frutas que se alejaban de él cuando intentaba alcanzarlas.
- Íxion, el rey de Tesalia que intentó seducir a Hera, la esposa de Zeus, y fue atado a una rueda en llamas que giraba sin cesar.
- Las Danaides, las cincuenta hijas del rey Dánao que mataron a sus esposos en la noche de bodas, y fueron obligadas a llenar un tonel sin fondo con agua que se escapaba por agujeros.
Estos y otros personajes sufrieron en el Tártaro penas acordes con sus crímenes, que implicaban una repetición infinita de una tarea inútil o frustrante. Estos castigos eran irrevocables e inapelables, ya que el Tártaro era el lugar más alejado del poder y la misericordia de los dioses.
Tártaro y el Hades
El Tártaro era una parte del Inframundo o Hades, el reino de los muertos donde iban las almas de los humanos después de morir. Sin embargo, no todas las almas iban al Tártaro, sino solo las más malvadas o impías. La mayoría de las almas iban al Campo de Asfódelos, un lugar gris y monótono donde vagaban sin memoria ni propósito. Solo unas pocas almas iban a los Campos Elíseos, un lugar paradisíaco donde disfrutaban de una felicidad eterna.
El Inframundo estaba gobernado por Hades, el hermano de Zeus y Poseidón, que recibió este dominio tras la derrota de los titanes. Hades era un dios severo y temido, que rara vez salía de su reino y no toleraba que nadie entrara o saliera sin su permiso. Su esposa era Perséfone, la hija de Deméter, que fue raptada por Hades mientras recogía flores en un prado. Deméter, la diosa de la agricultura, se entristeció tanto por la pérdida de su hija que hizo que la tierra se volviera estéril. Zeus intervino para solucionar el conflicto y acordó que Perséfone pasaría seis meses al año con su madre y seis meses con su esposo. Así se explicaba el ciclo de las estaciones: cuando Perséfone estaba con Deméter, la tierra florecía; cuando estaba con Hades, la tierra se marchitaba.
El Inframundo estaba dividido en varias regiones y tenía varias entradas repartidas por el mundo. Una de las entradas más famosas era la cueva de Aqueronte, un río que conducía a las almas al otro lado. Allí esperaba Caronte, el barquero que cobraba un óbolo (una moneda) por llevar a las almas al otro lado. Las almas que no podían pagar debían vagar por la orilla durante cien años. Al llegar al otro lado, las almas debían pasar por el tribunal de los tres jueces: Minos, Eaco y Radamantis. Estos jueces decidían el destino de las almas según sus acciones en vida: si habían sido justas o injustas, piadosas o impías. Las almas justas iban a los Campos Elíseos; las almas injustas iban al Tártaro; y las almas intermedias iban al Campo de Asfódelos.
La visión de Tártaro en la filosofía griega
Tártaro y Platón
El concepto de Tártaro no solo aparece en la mitología griega, sino también en la filosofía griega. Uno de los filósofos que más habló del Tártaro fue Platón, el discípulo de Sócrates y el maestro de Aristóteles. Platón vivió en el siglo IV a.C. y escribió varios diálogos donde expuso sus ideas sobre la naturaleza, la política, el arte, el amor y la moral. En algunos de sus diálogos, como el Fedón, el Gorgias o la República, Platón habla del destino de las almas después de la muerte y del papel del Tártaro como lugar de castigo.
Según Platón, el alma humana es inmortal y se reencarna en diferentes cuerpos según sus acciones en vida. El alma tiene tres partes: la racional, la irascible y la concupiscible. La parte racional es la que busca la verdad y el bien; la parte irascible es la que busca el honor y la gloria; y la parte concupiscible es la que busca el placer y el dinero. El alma debe buscar el equilibrio entre estas tres partes, siguiendo la razón como guía. Si el alma se deja dominar por la ira o por el deseo, se corrompe y se aleja de su verdadera naturaleza.
Platón cree que el alma tiene un destino diferente según su grado de virtud o de vicio. Las almas virtuosas son las que han practicado la justicia, la sabiduría, el valor y la moderación. Estas almas se purifican y ascienden al cielo, donde contemplan las ideas eternas e inmutables que son la fuente de todo lo real. Las almas viciosas son las que han practicado la injusticia, la ignorancia, la cobardía y la intemperancia. Estas almas se manchan y descienden al Tártaro, donde sufren castigos proporcionales a sus faltas. Los castigos tienen una función correctiva, no solo punitiva, ya que buscan que las almas reconozcan sus errores y se arrepientan de ellos.
Tártaro y otros autores
Platón no fue el único filósofo griego que habló del Tártaro. Otros autores posteriores también lo hicieron, aunque con algunas diferencias. Por ejemplo, Aristóteles, el discípulo de Platón, no creía en la reencarnación ni en el castigo eterno de las almas. Para Aristóteles, el alma era una forma o una función del cuerpo, y no podía existir sin él. Por lo tanto, cuando el cuerpo moría, el alma también moría. Sin embargo, Aristóteles admitía que algunas almas podían tener una parte inmortal o divina, que era la razón o el intelecto. Estas almas podían separarse del cuerpo y unirse al primer motor inmóvil, que era Dios.
Otro autor que habló del Tártaro fue Epicuro, el fundador de la escuela epicúrea. Epicuro vivió en el siglo III a.C. y enseñó que el objetivo de la vida era alcanzar la felicidad mediante el placer moderado y la ausencia de dolor. Epicuro negaba la existencia de los dioses como seres personales e intervencionistas, y afirmaba que eran átomos inmortales que vivían en los intermundos. Epicuro también negaba la existencia del alma como una entidad inmortal e indivisible, y afirmaba que era un conjunto de átomos sutiles que se disolvían con la muerte. Por lo tanto, Epicuro rechazaba la idea del Tártaro como un lugar de castigo para las almas, y decía que no había nada que temer después de la muerte.
Galería de Imágenes de Tártaro
Preguntas Frecuentes sobre Tártaro
En la mitología griega, el Tártaro es tanto una deidad como un lugar. Se le considera el espacio más bajo del cosmos, situado por debajo del Inframundo o Hades, y es el lugar donde se encierra a los seres malvados o rebeldes que desafiaron el orden divino.
Según Hesíodo en la Teogonía, el Tártaro surge del Caos primordial junto con Gaia (la Tierra) y Eros (el Amor). Es descrito como un abismo profundo y oscuro rodeado por una muralla de bronce, custodiado por los Cíclopes, y es el lugar donde se arroja a los enemigos de los dioses.
Algunos de los hijos del Tártaro incluyen a Tifón, un monstruo de cien cabezas y ojos de fuego; Equidna, mitad mujer y mitad serpiente, madre de monstruos como la Hidra de Lerna y el León de Nemea; y los Telquines, seres mágicos con forma humana y cabezas de perro.
El Tártaro sirve como lugar de castigo y sufrimiento para las almas humanas que han cometido graves faltas. Personajes como Sísifo, Tántalo, Íxion y las Danaides son algunos de los condenados a sufrir penas acordes con sus crímenes, que implican una repetición infinita de una tarea inútil o frustrante.
Platón habla del Tártaro como un lugar de castigo para las almas viciosas. Según él, las almas virtuosas ascienden al cielo, mientras que las almas viciosas descienden al Tártaro para sufrir castigos proporcionales a sus faltas, con el objetivo de corrección y purificación.